Calva y brillante como la luna
Autora: Laura Athié

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Lupus: del latín lupus, lobo, por la índole corrosiva de la enfermedad de la piel o de las mucosas producida por tubérculos que ulceran y destruyen las partes atacadas.
Licántropo: del latín lycanthropus y éste a su vez del griego, lýkos (lobo), ánthrōpos (hombre); o lobizón que viene del portugués lobisomem (lobo + homem), “hombre—lobo”.
Silabarios, Goffredo Parise
[ Moguer, Barcelona, 1966 ]
El nombre “lupus eritematoso sistémico” tiene el siguiente significado: Lupus (latín, lobo): se refiere a la erupción que aparece en la cara en algunos pacientes, que solía recordar la apariencia de algunas marcas blancas del lobo. Eritematoso (latín, rojo): se refiere al color de la erupción cutánea tan común en el lupus. Sistémico, que afecta muchos órganos o sistemas del cuerpo, distintas partes del organismo externas o internas pueden estar afectadas por el lupus.
Licántropo: del latín lycanthropus y éste a su vez del griego, lýkos (lobo), ánthrōpos (hombre); o lobizón que viene del portugués lobisomem (lobo + homem), “hombre—lobo”.
Silabarios, Goffredo Parise
[ Moguer, Barcelona, 1966 ]
El nombre “lupus eritematoso sistémico” tiene el siguiente significado: Lupus (latín, lobo): se refiere a la erupción que aparece en la cara en algunos pacientes, que solía recordar la apariencia de algunas marcas blancas del lobo. Eritematoso (latín, rojo): se refiere al color de la erupción cutánea tan común en el lupus. Sistémico, que afecta muchos órganos o sistemas del cuerpo, distintas partes del organismo externas o internas pueden estar afectadas por el lupus.
Mi padre nos advirtió que no éramos hermosas, aun así yo era una extensión feliz de mi cabello, largo, tal como mis ideas, oscuro, libre, imposible de dominar, rebelde, hermoso, jamás trenzado, siempre en su color natural.
Hay dos cosas que amo de mí, y sólo una me sobrevive: mis ojos enormes y giratorios, incansables, atentos, y el cabello, que me llegaba a la cadera y lleva ya muchos años abandonándome.
He sufrido muchas pérdidas rápidas y fulminantes: un reloj, el celular, la quincena en un asalto, a mi hermana Paloma, a mi hijo Fernando o varios empleos, pero nada me tortura con tanta insistencia como verme a diario en el espejo y saber que, poco a poco, voy dejando de ser licántropo para convertirme en luna, redonda, brillante, lisa, loba lampiña. Ser calva, un poco más cada día, me lastima, pero no me vence, porque también he tenido ganancias: mi hija Abril, mi padre, el diario que escribo desde los 14 años de edad, primero a mano, después con teclas.
Tengo Lupus, dos perros, muchos sueños. Soy mujer loba-luna-madre. Amo, nado, pedaleo y cargo a mi hija de diez años en bici. Un médico dijo que a los cuarenta años yo podría morir, pero nací necia y estoy loca, no me rindo, seré una anciana viajera que escribe, porque decidí, desde que comencé a perder el pelo, que tan poderosa es la palabra escrita como los medicamentos, que jamás usaré pelucas y que ninguna enfermedad podrá vencerme.
Así que la palabra es mi vocación y medicina. Escribo para vivir, por necesidad, sin afanes literarios, como otra manera de respirar. Escucho para tejer historias, para recordarme, porque existo, para reconstruir. Tantas veces me han contado la historia familiar en diferentes versiones, con nuevos finales o nombres y fechas cambiadas, que estoy convencida de que muchas o ninguna realidad es cierta. Algunos de los textos que se presentan en este libro han sido publicados en medios mexicanos o fueron enviados por mail y correo postal. Otros, en cambio, pertenecen a mi diario personal o se cuentan por primera ocasión ya sin miedo, porque cuando uno se va quedando calvo y brillante como la luna, se vuelve también valiente y nunca más agacha la mirada. Esta es parte de mi historia, la realidad que he decidido creer y que he escrito desde 1983 hasta 2012.
Éstas son muchas Lauras o tal vez ninguna, letra, luna, sin temor.
Hay dos cosas que amo de mí, y sólo una me sobrevive: mis ojos enormes y giratorios, incansables, atentos, y el cabello, que me llegaba a la cadera y lleva ya muchos años abandonándome.
He sufrido muchas pérdidas rápidas y fulminantes: un reloj, el celular, la quincena en un asalto, a mi hermana Paloma, a mi hijo Fernando o varios empleos, pero nada me tortura con tanta insistencia como verme a diario en el espejo y saber que, poco a poco, voy dejando de ser licántropo para convertirme en luna, redonda, brillante, lisa, loba lampiña. Ser calva, un poco más cada día, me lastima, pero no me vence, porque también he tenido ganancias: mi hija Abril, mi padre, el diario que escribo desde los 14 años de edad, primero a mano, después con teclas.
Tengo Lupus, dos perros, muchos sueños. Soy mujer loba-luna-madre. Amo, nado, pedaleo y cargo a mi hija de diez años en bici. Un médico dijo que a los cuarenta años yo podría morir, pero nací necia y estoy loca, no me rindo, seré una anciana viajera que escribe, porque decidí, desde que comencé a perder el pelo, que tan poderosa es la palabra escrita como los medicamentos, que jamás usaré pelucas y que ninguna enfermedad podrá vencerme.
Así que la palabra es mi vocación y medicina. Escribo para vivir, por necesidad, sin afanes literarios, como otra manera de respirar. Escucho para tejer historias, para recordarme, porque existo, para reconstruir. Tantas veces me han contado la historia familiar en diferentes versiones, con nuevos finales o nombres y fechas cambiadas, que estoy convencida de que muchas o ninguna realidad es cierta. Algunos de los textos que se presentan en este libro han sido publicados en medios mexicanos o fueron enviados por mail y correo postal. Otros, en cambio, pertenecen a mi diario personal o se cuentan por primera ocasión ya sin miedo, porque cuando uno se va quedando calvo y brillante como la luna, se vuelve también valiente y nunca más agacha la mirada. Esta es parte de mi historia, la realidad que he decidido creer y que he escrito desde 1983 hasta 2012.
Éstas son muchas Lauras o tal vez ninguna, letra, luna, sin temor.