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Mes: abril 2021

Somos memoria

Escucha”SOMOS MEMORIA” en Spreaker. [ 📌 ¿Por qué somos memoria? ] Te invitamos a escuchar el primer podcast de LEM: Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias
.
Somos lo que recordamos desde niños y son, precisamente esas memorias, las que nos mantienen fuertes en momentos de dolor.
La memoria es personal, familiar, comunitaria, social, política… Es el trayecto compartido, lo deshilado y lo tejido. Es, sobre todo lo que, nos contamos y nos contaron; lo que omitimos y lo que nos ocultaron.
Por lo tanto, somos … Más informaciones

Porque somos aquello que hemos leído: la biblioteca ante el fuego que florece

Los libros son promesas de vida y reflejos afectivos. De eso platicará Felipe Garrido, escritor y promotor de lectura de largo aliento, durante la sesión 18 del diplomado en Memoria y Discursos Autobiográficos de LEM. De muchas maneras, nuestra vida es también un camino por nuestras bibliotecas y lecturas. Aquí, a propósito de la novela La biblioteca en llamas, bordamos al respecto.

Un lugar común asegura que Borges dijo que siempre había imaginado el paraíso como una especie de biblioteca. Es importante la acotación “como una especie de”. Dado el carácter bifurcativo, memorioso, poético y quijotesco del autor argentino, las posibilidades son interminables. Otro lugar común hace del infierno un lugar de llamas eternas y calores abominables. Ahí se avivan las culpas, se sudan las promesas y se achicharran los falsos merecimientos. Visto así, la librería y el fuego podrían ser los extremos del bienestar y el castigo; la memoria y el olvido; la fe y la incredulidad; Ítaca y la renuncia.

De la unión de estos opuestos trata La biblioteca en llamas (Planeta, 2019), de Susan Orlean, crónica que sobre los rieles de lo detectivesco y lo biográfico persigue la identidad del hombre que inició el incendio de la Biblioteca Pública de Los Ángeles el 29 de abril de 1986. Así, la autora reconstruye los diversos momentos del suceso: el fuego, el agua, el humo, el pasmo, la reacción, los apoyos, la investigación, las sospechas, los traumas, las valentías, los retornos y lo irrecuperable.

Como investigadora, Orlean hurga en la vida del principal sospechoso y rescata las emociones de quienes vivieron —desde múltiples ámbitos— la tragedia del millón de libros quemados; las reacciones institucionales, políticas y ciudadanas; las personalidades que se involucraron para rescatar lo posible de los libros húmedos tras el trabajo de los bomberos; el vasto espectro de actividades cotidianas de la biblioteca y, especialmente, el poder de ese espacio para convocar, recibir y acoger a personas de todo tipo.

Por su parte, la lectora —esa misma que investiga el acontecimiento histórico— navega por los mares de su historia familiar para visibilizar la biblioteca como un referente existencial. Primero, como un destino compartido durante la infancia con su madre, una mujer que hacía del viaje a los libros una aventura íntima, amorosa, dialogante y continua. Después, como la síntesis de lo que rechazaba mientras daba forma a su individualidad: si sus padres nunca compraban libros —porque todo estaba en la biblioteca—, ella preferiría las librerías y haría una rutina del placer de comprar las lecturas. Finalmente, como madre de un estudiante que al elegir un servidor público sobre el cual escribir su tarea, opta por un bibliotecario. No es el viaje del héroe de Campbell, pero se le parece bastante.

Así, la pinza narrativa sostiene el relato que teje la historia del edificio —motivo de afectos y desafectos en todas las gradaciones—, los sueños cinematográficos de Harry Peak —otro gambusino actoral en Los Ángeles—, las siete horas del fuego —que llegó a registrar mil grados centígrados—, y el desdén internacional ante la tragedia libresca: el mismo día del incendio, el mundo se enteró de que había explotado un reactor de la Central eléctrica nuclear memorial V. I. Lenin, en Chernóbil, Ucrania, que era parte de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Así resume Orlean la postura informativa planetaria: “El accidente nuclear de Chernóbil copó las páginas de todos los periódicos del mundo a excepción del Pravda, que trató la cuestión muy sucintamente y que, sin embargo, se las apañó para llevar a cabo una amplia cobertura del incendio en la Biblioteca Central”. Pravda —la verdad, en ruso— fue de 1918 a 1991 el medio de comunicación oficial del Partido Comunista. Acorde con el espíritu de la Guerra Fría, cada bando optoópor mirar la tragedia del oponente.

Entre las historias que Susan Orlean hace confluir en La biblioteca en llamas, una de ellas merece ser retomada aquí. Tiene que ver, por supuesto con Ray Bradbury, quien “no podía permitirse pagar un estudio, pero sabía de un sótano en la Biblioteca Powell de UCLA donde alquilaban máquinas de escribir a diez centavos la hora. Se le ocurrió que sería una especie de curiosa simetría escribir un libro sobre la quema de libros en una biblioteca. En cosa de nueve días, tecleando en la UCLA, Bradbury le puso punto final a El bombero, que había acabado convirtiéndose en una novela corta. Gastó nueve dólares con ochenta centavos en el alquiler de la máquina de escribir”. Para darle un nombre adecuado a su nueva obra, el escritor llamó al jefe del Departamento de Bomberos de Los Ángeles y le preguntó a qué temperatura ardía el papel. La respuesta se convirtió en el título: Fahrenheit 451.

En LEM creemos que la biblioteca es una “especie de” milpa de palabras posibles. Por ello, vale la pena cerrar con un fragmento del poema “Fuego que florece”, de Wildernain Villegas, poeta maya: Las palabrassean semillas que mueran en el polvoy resuciten con el rocío de tus manos// Los versos/ gotas de maíz para cultivar tu nombreen la llanura fértil del lenguajey crezcan espigasalimenten a las nubesmaduren mazorcasy viertan sílabas fecundas en el canto.

¿Trabajas con relatos (auto)biográficos, testimonios o archivos? ¿Haces investigación relacionada con historias de vida? ¿Escribes perfiles periodísticos? El diplomado en Memoria y Discursos Autobiográficos es para ti.

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Esta columna fue publicada en El Popular (05.09.2019).

Cuando los bisabuelos llegan por correo electrónico

Los secretos familiares son innumerables y el tiempo escaso. Por ello, en la sesión 17 del diplomado en Memoria y Discursos Autobiográficos de LEM, Javier Eusebio Sanchiz Ruiz, especialista en Ciencias Genealógicas, nos proporcionará herramientas para encontrar lo extraviado en el trayecto familiar. A propósito del tema genealógico, compartimos esta reseña.

El pasado habita el hoy, siempre está presente, en capas cruzadas por el lenguaje desbocado, la memoria personal, el rememorar colectivo, los afectos suprimidos y las posibilidades latentes. El pasado es ahora, ocurre fuera de nuestra voluntad y, de pronto, arriba para obligarnos a ocupar parte de nuestro futuro en la reconstrucción de lo acontecido. Esto ocurre, por ejemplo, a través del e-mail, ese brazo de la realidad on-line que, cual replicante, acumula las textualidades vivenciales de su espejo off-line.

Puede ser, digamos, que un periodista interesado en la nota roja abre en Buenos Aires su buzón electrónico y encuentra un correo de su padre (ese pasado en permanente actualización) titulado “Tu bisabuelo” (aquel antier detrás de la bruma existencial). Después de abrir el mensaje y activar un vínculo web, el personaje lee un artículo escrito 62 años atrás y firmado por su bisabuelo: Mijl Hacohen Sinay: “Las primeras víctimas judías de Moisés Ville”.

Entonces, el periodista se ve invadido por el padre que trae de la memoria al abuelo que en 1947 reporteó cómo entre 1889 y 1906 los gauchos criollos asesinaron en la provincia de Santa Fe a 22 judíos ucranianos que formaban parte de las familias llegadas a Argentina para escapar del pogromo ruso.

 ¿Qué hace entonces el cronista aquella noche de 2009 frente a su computadora? Se avienta al océano de las evocaciones y persigue las palabras del abuelo, los devenires de su propia familia, las vidas de los muertos, la historia de los judíos en Argentina, los retazos biográficos, los errores existenciales acumulados en todas las direcciones geográficas y cronológicas. Intenta, en resumen, lograr una carambola multidimensional a tres bandas para hacer literatura y rehacer vida.

Durante los cuatro años siguientes Javier Sinay, el bisnieto cronista, tropieza de un dato a otro y, finalmente, publica Los crímenes de Moisés Ville: una historia de gauchos y judíos (Tusquets, 2016), cuya trama recorre los vericuetos de la investigación periodística, la reflexión identitaria, los deslaves hemerográficos, las ficciones históricas y los olvidos colectivos.

En el camino, el escritor mezcla los encuentros con quienes resguardan la memoria documental -pese a todos los contratiempos y todas las carencias- y los desesperados intentos por darle el mínimo orden biográfico a las víctimas.

En el primer caso, el trayecto inicia en “la vieja casona del Museo Judío de Buenos Aires”, donde transcurre el siguiente diálogo: “-¿Que? te trae por acá?? -pregunta, con cierto regocijo. Yo me quiero ocultar, incómodo, pero no hay dónde. -Estoy haciendo una investigación -digo. Cuanto menos, mejor. Pienso en una excusa. Tengo que inventar una historia, tengo que salir al paso. Pero ella me gana de mano. -¿Una investigación sobre qué?? -Sobre… sobre una serie de crímenes. Que hubo. En la colonia de Moisés Ville. -Ah… -y su sonrisa es ahora irreprochable. Pero adivino, por debajo, cierta inquietud”.

En el caso de la reconstrucción biográfica, el cronista persigue la figura grupal de las 129 familias que -tras una serie de peripecias que incluyó engaños transnacionales y decepciones locales- llegaron en 1889 a Argentina en el barco Wesser: “Solo cuando los miembros de la muy caballeresca Congregación Israelita de la Republica Argentina los contactaron con uno de sus socios, los rusos supieron que estaban frente a un nuevo camino. El nuevo hombre, que se llamaba Pedro Palacios, poseía campos en la provincia de Santa Fe y les ofrecía una pequeña parte de sus cien mil hectáreas en la que todo estaba por hacerse. Una comisión de gringos firmo? con él un primer contrato el 28 de agosto de 1889. El boleto especificaba que cada lote de 25 hectáreas se pagaría en tres anualidades, con un ocho por ciento de interés por año. Los colonos podían recibir hasta 50 hectáreas, además de los medios de vida y las herramientas para la primera cosecha”.

Entre la actualidad de Buenos Aires y la realidad desteñida de finales del siglo XIX, se extravían los nombres, se acumulan las muertes y surgen los personajes acordes con tal historia, como un detective de libros.

Pero volvamos al principio para establecer que el brevísimo encabezado del correo electrónico que detonó la investigación -“Tu bisabuelo”- es bisnieto de la frase que inauguró —también en Argentina— el género que hoy se llama de no ficción: “Hay un fusilado que vive”. De ahí nació Operación masacre, de Rodolfo Walsh. Este bisnieto indirecto es un buen integrante de dicha tradición. En LEM celebramos estos parentescos.

¿Te gustaría escribir la historia de tu familia? ¿Necesitas encontrar datos e información familiar para reconstruirla? Trabajas con relatos (auto)biográficos, testimonios o archivos? ¿Haces investigación relacionada con historias de vida? El Diplomado en Memoria y Discursos Autobiográficos es para ti.

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Esta columna fue publicada en El Popular (17.09.2018).